“Y nosotros comemos…., con el ego de usted…Una dos y tres,
una dos y tres, lo que usted no quiera para el Rastro es….”. Así cantaba Patxi Andión,
esa simpática y descriptiva canción dedicada a esas instituciones históricas
españolas…los rastros, que tan nuestra, tan propias son que se singuraliza en
su denominación, en cualquiera de nuestras poblaciones, para todos es el
Rastro, aunque el más conocido, el que es, por excelencia, el de la Plaza de Cascorro, en Madrid.
En Valencia, ha pasado por distintas ubicaciones, por
ejemplo, en la Plaza de Nápoles y Sicilia, en Ciutat Vella, en la Xerea, fué a
los Jardines del Hospital, bueno, mejor dicho al solar de aparcamiento, para más
tarde acabar en los aparcamientos del Estadio del Mestalla. Todo un periplo….Que
amigos somos los valencianos, los de la Ciudad de Valencia, de hacer cambios de
ubicaciones. Ferias de Atracciones, Circos, Concentraciones folclóricas, bueno
algunas, en realidad, tradiciones itinerantes, cuando aprenderemos que todas
las Tradiciones, usos y costumbre, necesitan su espacio geográfico como
identificación propia. ¡¡No hay manera..mire usted!!
Pero , volviendo al Rastro, Valencia tiene su Rastro, esa
cita dominical, en la que vendedores y compradores, intentan crear un vínculo
que se convierta en transacción comercial. Yo quiero,…y tú quieres, lo tenemos
claro, el problema es mi precio y el tuyo. Se ha ido acabando, aquella idea
generalizada que lo robado, reciente, podría estar en los aledaños de ese
espacio, en el “corro”, como lo denominan los antiguos y mayores , en número
comerciantes de este espacio, los gitanos. No digo que no, negar la evidencia
sería de idiotas, negar que buscaban las primeras horas de la mañana, el
amanecer, para ofrecer este tipo de productos, al acercarte veías en los
callejones anexos, fundamentalmente, en Nápoles y Sicilia, las calles así lo
ofrecían, como las transacciones de peristas directos se llevaban a cabo. El
ofertante, lo sabía, el buscador de “chollos”, también, pero al que le habían
robado, sabía donde buscar. Escenas muy complicadas, de localización de lo
robado, o de no localización e intento de que “eso era suyo”…, no siéndolo. Eso
se fue cambiando poco a poco, ese tipo de transacciones ilícitas, nada tenía
que ver con la esencia del Rastro ni de sus protagonistas verdaderos, aunque,
hay que reconocerlo, era un matiz, de sobre, conocido.
La venta ambulante, en la historia de España, tiene unos
protagonistas esenciales, los gitanos, ese pueblo, cuya característica
fundamental es ser errante, nada más próximo a esa expresión que la de ir de un
sitio para otro con su producto, lo llevan donde creen que lo pueden vender. Generaciones
y generaciones se van sucediendo en ese cometido. A fechas de hoy y con la
situación que se atraviesa, económicamente, a los que estos españoles de raza
gitana, no son ajenos, tres generaciones se pueden juntar ofreciendo su
producto de “viejo” sobre el asfalto o la acera del Rastro valenciano. Mis
respetos a estos historiadores de lo cotidiano, de estos museos de la vida común,
de estos arqueólogos de lo normal, eso que a usted, ya no le sirve, ya no
quiere, déjemelo, yo le daré más vida, ofreciéndoselo a otro…eso sí, intentándoselo
cobrar, si puedo, como nuevo.
Anticuarios, especialistas en restos de nuestra cultura,
nuestras radios, nuestras bicis, nuestras ropas. Esos muebles que, a la vez que
otros han venido a comprarlos, rotos, desahuciados, listos para el contenedor,
se los han llevado a su taller y les han proporcionado, una segunda vida, ellos
han hecho lo mismo y le han aplicado un
Valor Añadido, pero sin el impuesto.
¿Qué vales esto?......60..uff!!! Muy caro!!!, déjalo..!!!
Venga ...¿que me ofreces?......30, ..no puedo…, dame 50, …así empieza, sigue y,
al final los dos saben que el precio será 40, pero es el ritual, es…hacer las cosas
“com toca”…es algo heredado de pueblos que nos conquistaron, no visitaron y comerciaron
con nosotros, y más en nuestro puerto del Mediterráneo..”el regateo”.
Cita ineludible para alguno, cada domingo, gesto mohín de
desagrado para otros. Imposibilidad, no ya de comprar, ni tan siquiera de tocar
esos productos, esos que un día formaron parte de la vida de nuestros
conciudadanos, de, incluso, la nuestra propia. Desde la lejanía o la proximidad
de lo cotidiano, más limpio o más sucio, roto o entero, feo o más agraciado,
estos vendedores de “restos de vida” , con sus gritos para que reparemos y
acudamos a su puesto, son parte de nuestra cultura, de nuestra historia…así,
con la aspiración de sobrevivir, de comer…..domingo a domingo